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Ejemplificación de Relato: Los amores de García Lorca. - Escritor Antonio de Calera
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Ejemplificación de Relato: Los amores de García Lorca.

Ejemplificación de Relato: Los amores de García Lorca.

El protagonista a quien va dedicado este relato es el gran poeta y dramaturgo Federico García Lorca. Nació en un pueblecito de la vega granadina llamado Fuente Vaqueros el 5 de junio de 1898 y murió fusilado, entre Víznar y Alfacar, Granada, el 18 de agosto de 1936. Tenía tan solo 38 años.

Trata sobre la compleja vida sentimental y afectiva del poeta. Y digo compleja porque a partir de los primeros años de su juventud, en que descubrió que era homosexual, se obstinó en interiorizar y asumir esta condición y se impuso a sí mismo guardar en secreto su homosexualidad. Pasados los años, liberado y lejos del control de su familia, emergió su homosexualidad en la Residencia de Estudiantes de Madrid donde comenzó a sentir una clara atracción por los jóvenes, el primero de los cuales fue Dalí. A partir de entonces, aflora un nuevo Federico, más maduro, más deseoso de vivir en libertad y consigue dar rienda suelta a sus ansias de amar. Es entonces cuando irrumpen en él deseos retenidos hasta lograr llegar al corazón de una larga lista de amantes, la mayoría de los cuales no le correspondieron. Con el transcurrir de los años, Lorca logró expresar en verso o en prosa ese mundo suyo tan rico y tan cargado de penas y de alegrías, de restricciones y de fantasías, de emociones y de crisis, de amores y desengaños, de luces y de sombras con las que llegó a convertirse en uno de los poetas y dramaturgos más importantes del mundo.

Para entender toda la cuestión acerca de la homosexualidad en el entorno y en la época en que se desenvolvía Lorca, nos tenemos que retrotraer al contexto socio-político-religioso de la España en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX. Para situarnos y poder entender la amargura que debía sentir un homosexual en la España de aquellos años, hay que recordar que en dicha época gobernaba el dictador Primo de Ribera (1923-1930). Su gobierno se caracterizaba por una moral sexual opresiva y extrema, plagada de censuras y de prohibiciones. Por todo ello la vida social de los homosexuales se tenía que desarrollar en la más oscura clandestinidad, en reuniones privadas o en sus domicilios particulares. Los grupos sociales y los medios de comunicación se enardecían cada vez más y la represión y ataques contra los homosexuales crecieron notablemente.

Mucho más tarde, a partir de 1954, la Ley de Vagos y Maleantes fue modificada y se incluyeron en ella a los homosexuales junto con los rufianes, proxenetas, mendigos, explotadores de niños, enfermos y lisiados y se estableció que los homosexuales fuesen aislados en instituciones especiales y separados de los demás internos, los “invertidos” eran enviados a las cocinas o a las lavanderías en vez de ir a picar piedra. En la época de Lorca a los homosexuales se les discriminaba para el ejercicio de una función pública, para pertenecer a la carrera militar, y se les incoaba un expediente en los archivos policiales por lo que quedaban fichados de por vida, e incluso en determinadas familias conservadoras se le expulsaba del ámbito familiar por suponer una lacra que deshonraba a la familia. Si hoy en el siglo XXI sigue siendo difícil asumir la condición de homosexual en un país tan liberal como es España, nos podemos imaginar cómo debería serlo en los años veinte y treinta del siglo pasado.

No obstante, los homosexuales se seguían reuniendo en saraos privados. Luis Antonio de Villena cuenta que la casa de Vicente Aleixandre en Madrid era muy frecuentada por poetas y escritores homosexuales y en ella se realizaban fiestas y bailes con chicos jóvenes a las que acudían escritores tan conocidos como Lorca o Cernuda. Muchas cartas de los intelectuales homosexuales se destruyeron por miedo al escándalo o a las represalias, no es de extrañar que Lorca incluso llegase a pedir a sus amigos que destruyeran sus cartas o manuscritos comprometedores.

Según nos cuenta Ian Gibson en sus libros: “Lorca-Dalí: el amor que no pudo ser” y “Lorca y el mundo gay”, Federico llegó a tener amoríos heterosexuales en su primera juventud pues en 1917 tuvo una amiga íntima, pariente lejana suya, por la que llegó a sentir un amor muy especial. Se llamaba María Luisa Egea González, unos años mayor que Federico pero el poeta no fue correspondido pues María Luisa no le prestó la menor atención. Ian Gibson también nos informa que mantuvo relaciones con otra jovencita, María Luisa Natera Ladrón de Guevara. Fue una pasión breve nacida en el balneario de Lanjarón en 1916, cuando él tenía 18 años y la muchacha 14, a quien el poeta citaba en sus textos describiéndola con sus «ojos azules y sus trenzas rubias» y “que tocaba al piano piezas de Granados y Albéniz”, relación que tampoco fraguó pues fue rechazado por parecerle a la chica que era poco varonil. A partir de estos desaires amorosos heterosexuales pudo ocurrir que Lorca empezase a tomar conciencia irreversible de su homosexualidad y también que padeciese un miedo tremendo a mostrarse afeminado cara al público y a que fuera estigmatizado por su condición sexual. La vida de Lorca se caracteriza por la discreción con la que durante mucho tiempo sobrellevó su condición homosexual y el miedo a que su familia se percatara de su vida íntima –llegó a negarle a su padre su condición homosexual cuando éste se lo preguntó abiertamente-. Según Gibson, a partir de 1918 es cuando hay indicios de que Lorca es consciente de pertenecer a la “nefanda minoría proscrita de los homosexuales”, y ser gay en aquella Granada del primer tercio del siglo XX era la peor tragedia que le podía sobrevenir a un joven de buena familia.

A partir de 1917, con 19 años, mientras estudiaba en la Universidad de Granada, pasó por la cabeza de Federico el hacerse fraile, pero pronto desistió pues afloró en él una crisis religiosa y también existencial y afectiva. Descubrió y asumió que era homosexual y lamentó su inexorable y duro destino ambiguo. Comenzó a perder su fe en Dios y se manifiesta contrario a la institución eclesiástica y abiertamente anticlerical porque la Iglesia consideraba la sexualidad humana como un tema tabú.

En la primavera de 1919, aconsejado por su mentor Fernando de los Ríos y por algunos amigos granadinos de la tertulia de El Rinconcillo que ya estaban en Madrid, lograron convencerlo de que marchara a Madrid para abrir sus horizontes. Fue Fernando de los Ríos quien convenció a los padres de Lorca para que le dieran el visto bueno y continuara sus estudios en la Residencia de Estudiantes de Madrid, nido de la intelectualidad española de la época. Los padres consienten y el joven Federico se traslada a la capital española.

A primeros de octubre de 1919 se instala en la Residencia de Estudiantes. Era un centro dependiente de la Institución Libre de Enseñanza, donde estaban matriculados los estudiantes que formaban la flor y nata de la naciente intelectualidad española. Era un hervidero intelectual que supuso un excelente caldo de cultivo, donde aquella promoción de jóvenes se preparó y destacaron en sus diferentes carreras de las artes y de las letras. Esta Residencia era para la época el referente más prestigioso para la burguesía progresista en la educación de sus hijos. Los residentes eran señoritos hijos de familias adineradas de provincias.

En 1922, en la Residencia de Estudiantes, Lorca conoció al recién llegado Dalí desde su Figueras natal donde su padre ejercía de notario. Fue uno de los amores más turbulentos de Lorca, tenía 18 años y el encuentro entre ambos fue en el comedor de la Residencia. Federico se quedó embelesado al ver a un joven dandi, estrambótico e insólito, patológicamente tímido como Lorca, de rostro afilado, mirada inquieta, larga melena y patillas, que chocaba con el aspecto correcto de sus dos acompañantes: un caballero cordial y una linda muchachita con trenzas. Era Dalí con su padre y su hermana Anna María. Al acabar de comer, el joven melenudo se encasquetó una gran boina de terciopelo, a lo Rembrandt, y se envolvió en un gran foulard: Ya en esa edad el pretensioso joven iba con empaque de pintor. Desde este momento Lorca, con 24 años, y Dalí, con 18, se hicieron íntimos amigos. Dalí era un inculto asilvestrado y montaraz que no sabía ni español, ni catalán, ni francés, ni inglés. No sabía nada de nada. Esto explica los grandes errores gramaticales en sus cartas, que no son excentricidades, sino traspiés gramaticales descomunales. Por no saber, no sabía la hora de un reloj, ni siquiera sabía el valor del dinero pues desconocía que cinco duros eran veinticinco pesetas y se ahogaba en un vaso de agua con estas cosas.

Dalí invitó a García Lorca a pasar la Semana Santa y los veranos de 1925 y de 1927 en Cadaqués. En carta a sus padres pidiéndoles consentimiento para ir a Cadaqués, Lorca les dice que la hermana de Dalí “es de esas muchachas de volverse loco de guapas que son”. ¿Con qué motivo les diría eso a sus padres, para camuflarles su homosexualidad y mediante su supuesto interés por Anna Dalí lograr su permiso para ir a Cadaqués? A Lorca le entusiasmó esa visita y en Cadaqués fue feliz. Anna María Dalí comentaba: “Por nada del mundo se metería Federico en el mar no estando nosotros cerca de él. Teme que las pequeñas olas se lo traguen. Mientras se baña, junto a la orilla, yo tengo que sostenerle la mano…”. Anna María era la paz y la ternura para Lorca, mientras que su hermano Salvador -«Vadó» era su nombre familiar- era el endiablado que lo hacía zozobrar en las turbulencias mentales. Durante esos casi siete años en que convivieron juntos, combinaron amistad con amor, compañerismo y divergencia de opiniones, proyectos comunes con desavenencias y deseos íntimos frustrados. Dalí era muy vehemente y cosmopolita; Lorca por el contrario, muy rural y apegado a su terruño pueblerino, a su herencia mora, a su embrujo oriental, a su folclore andaluz. Lorca se convirtió en un paradigma de la izquierda, mientras que Dalí representó el papel del tradicionalismo franquista, paradojas de la vida. La relación, ya fría entre ambos, duró hasta 1929, que supuso el final de su amistad, pues en abril Dalí marchó a París con Buñuel y conoció y se enamoró de Gala y, en junio, Lorca partió hacia Nueva York alejándose el uno del otro para siempre.

La  opinión que recoge Xavier Rius Xirgu, en su archivo de la familia de Margarita Xirgu, es demoledora para con el pintor catalán: “Dalí era un asexuado, casi andrógino, como los ángeles. Dalí hizo el amor con Gala una sola vez en su vida, y se asustó de tal manera que no lo volvió a hacer nunca más. Gala solucionó sus carencias sexuales con sus amantes, que se los pagaba y se los proporcionaba el mismo Dalí, marineros y visitantes de Port Lligat y de Cadaqués. Un día Buñuel quiso matar a Gala en Cadaqués, la agarró por el cuello y estuvo a punto de estrangularla. Le dijo: “No te mato porque…, pero me das asco”. Dalí era un asexuado, y esto lo sé por Gala. No había desarrollado su miembro sexual y eso lo había acomplejado siempre”.

Dalí le contó a Alain Bosquet que Lorca, enamorado de él, siempre lo cortejaba y quiso acostarse con el catalán pero éste no terminaba de decidirse a dar el decisivo paso y, aunque Dalí se sentía halagado por el amor que le profesaba Lorca, no accedió a sus deseos. Es público y notorio que Dalí confesó que Lorca había tratado de sodomizarle en dos ocasiones en mayo de 1926, pero él “se negó porque no era homosexual –pederasta, dice- y además ‘eso’ duele”, lo cual Lorca siempre respetó. Según Ian Gibson, Dalí estaba indeciso y nervioso ante la pasión de Lorca y temía profundamente convertirse en homosexual. Sin duda existió una atracción entre Lorca y Dalí, una amistad especial, pero se trataba de un amor imposible. “Lorca le escribió en el año 1926 su Oda a Salvador Dalí, que terminó por echar por tierra los recelos y escrúpulos del atractivo pintor, así que se decidió a tener un encuentro erótico con Lorca en agradecimiento a sus versos, siempre y cuando estuviera también presente una intermediaria, una mujer que reemplazara en el sacrificio a Dalí, a la vez que obligara a sacrificarse al propio Lorca, que nunca había estado con una mujer. La elegida para el experimento nos lo desvela Gibson en un dato insólito: la única relación sexual mantenida por Lorca con una mujer fue con la transgresora y provocadora Margarita Manso Robledo –¿sodomizada por Federico y actuando Dalí de voyeur?, posiblemente. Tras el acto sexual Lorca no despreció a la chica, como suponía Dalí que iba a hacer, sino que la acunó en sus brazos y le recitó una poesía-.

Un día iban Maruja Mallo, Margarita Manso, Salvador Dalí y Federico García Lorca por la Puerta del Sol de Madrid con ganas de violentar a los transeúntes y un grupo de gente les comenzó a tirar piedras gritándoles “¡¡¡Maricones, maricones!!!”, mientras Dalí les contestaba “Sí, sí: lo somos…”, y tuvieron que huir deprisa y corriendo para refugiarse en un subterráneo del metro.

En 1925, mientras estaba en la Residencia, Lorca conoció a Emilio Aladrén Perojo que era ocho años más joven que él. Había ingresado en la Escuela de Bellas Artes en 1922, el mismo año que Salvador Dalí. Emilio y Lorca empezaron a intimar en 1927. Se trataba de un joven guapo, de cabello negro, ojos grandes y algo oblicuos que le daban cierto aire oriental, con pómulos marcados y temperamento apasionado. Emilio Aladrén Perojo mantenía una relación con Maruja Mallo, la célebre pintora de la Escuela de Vallecas, la díscola “sin sombrero” de la que hemos tratado anteriormente. Según la propia Maruja: “Emilio Aladrén era muy guapo, muy guapo, como un efebo griego (…) y Federico me lo quitó pues le decía tantas cosas que, claro, él se enardeció y se fue con Federico”. El escultor Aladrén explotaba descaradamente a Lorca y ejercía una influencia negativa sobre el poeta. Todos los amigos de Federico lo sabían. Era un advenedizo con falta de escrúpulos que se valía de cualquier medio para lograr su fin que era prosperar como escultor. Era bisexual y utilizaba la fama de Federico para promocionarse en el escalafón de su arte para que la gente le conociera. Federico disfrutaba al llevar con él a Emilio a fiestas o reuniones sociales lo cual desagradaba a sus amistades. Todos los amigos de Federico le aconsejaban que dejase esa relación, pero no lo hizo pues estaba profundamente enamorado del escultor. Aladrén fue sin duda el novio que más trajo por la calle de la amargura al poeta.

En 1928, Federico por desavenencias con Salvador Dalí y con Emilio Aladrén, sus dos amores, sufre un doble desengaño amoroso pues, por un lado, rompe con Salvador Dalí que lo deja y se va a París con Buñuel, y por otro, con Emilio Aladrén, que lo dejó en el verano de 1928 por una inglesa, Eleanor Dove, que estaba en Madrid como representante de la firma Elizabeth Arden de cosméticos y con la que se casó con posterioridad. Estas dos desilusiones amorosas sumieron a Lorca en una depresión –se habla incluso de que estuvo al borde del suicidio- por lo que sus padres le recomendaron que cambiara de aires «para poner tierra de por medio» y marchara, como “Un Poeta –desterrado-, a Nueva York”. Dalí y Buñuel trabajaban juntos en París en el guion cinematográfico de una película surrealista llamada “Un Perro Andaluz”, dirigida por Buñuel y representada en 1928. Lorca intuyó que con ese título aludían a él y a su homosexualidad. Luis Buñuel era el otro vértice del triángulo y parece ser que despreciaba a Lorca al que denominaba “el asqueroso”. En una carta a Pepín Bello, en 1926, se puede leer que Luis Buñuel le escribe que “Federico es un asqueroso: primero, porque nació en Asquerosa (pueblo granadino) y segundo porque él es asqueroso», cuenta Gibson. Lorca tenía su parte de razón pues en la Residencia de Estudiantes; los compañeros del norte de España apodaban a los del sur como “perros andaluces”, como por ejemplo, al mismo Lorca y a otros miembros andaluces de la Generación del 27 como Juan Ramón Jiménez, Alberti, Cernuda, Aleixandre, Altolaguirre y Emilio Prados. Debido a estos dos desengaños Federico aceptó la propuesta de Fernando de los Ríos de viajar con él y con su sobrina Rita, así como con la compañía de un norteamericano misterioso, que posteriormente desvelaremos, a Norteamérica. Primero fueron a París, en junio de 1929, pero no fue a ver a Buñuel; Buñuel le escribió a Dalí: “Federico, el hijo de puta, no ha pasado por aquí a saludarme”. El 19 de junio embarcaron en Southampton, en el «Olympic», trasatlántico gemelo del Titanic, rumbo a Norteamérica, y llegó con don Fernando a Nueva York el 25 de junio de 1929. Allí se inspiró para escribir su Oda a Walt Whitman que forma parte de “Un Poeta en Nueva York”, en la que elogia la homosexualidad en libertad y considera a los homosexuales personas tan dignas como cualesquiera pero abomina de los maricas y de los homosexuales afeminados e histriónicos. Este viaje a Norteamérica y, posteriormente, a Cuba, fue para Lorca un antes y un después en su vida pues a la vuelta, Lorca había experimentado un destape emocional, sexual y existencial que lo transformó drásticamente. Todos sus amigos coincidieron en que el Federico de antes del viaje americano no se parecía en nada al de después ya que volvió completamente cambiado. Ya no ocultaba sus romances homosexuales, regresó «desatado» de su viaje a Nueva York y Cuba, y fue criticado en su Granada, tan puritana y ñoña, donde lo llamaban despectivamente «el maricón de la pajarita”.

Ya de vuelta en España y transcurridos unos años, en mayo de 1933, también en la Residencia de Estudiantes, Lorca conoció a Rafael Rodríguez Rapún, apodado El Tres Erres, un joven estudiante de ingeniería, aficionado a las matemáticas, atlético, buen futbolista, y socialista. En aquellas fechas en que Lorca estaba al frente de la compañía ambulante La Barraca, se las ingenió para que Tres Erres fuese contratado como su “secretario”, cargo que le servía de tapadera para tenerlo siempre cerca. El amor surgió entre los dos y formaron una pareja estable además de ser amigos inseparables. Hasta cuando iban a los pueblos de tournée compartían los días y las noches y se hospedaban en la misma habitación donde pernoctaban. Tanto es así que su relación sentimental traspasó la barrera del ámbito de la Barraca y pasó a ser de conocimiento público y notorio. Parece ser que Lorca dejó la Barraca porque prescindieron de los servicios de Rapún y lo despidieron. Durante los tres últimos años de la vida del poeta, la pareja formada por Lorca y Rapún se dedicó a vivir la dolce vita y visitaban juntos el Madrid nocturno, las tabernas, los cafetines, las tertulias, las conferencias, los banquetes, las representaciones y acudían a los recitales. En una de esas juergas flamencas Federico, muy disgustado y celoso, se enfadó mucho porque Rafael se marchó con una gitana sin despedirse de él. Al día siguiente nadie localizaba a Federico hasta que su amigo Cipriano “Cipri” Rivas Cherif, un importante director artístico de teatro, también homosexual y quizá amante de Manuel Azaña, lo encontró muy compungido, con la cabeza entre las manos, solo en un café y rumiando los celos que le reconcomían por dentro. Rodríguez Rapún no era homosexual como muy bien nos aclara su íntimo amigo Modesto Higueras, pero aunque “le gustaban las mujeres más que chuparse los dedos” acabó sucumbiendo a los encantos de Federico y quedó prendido en sus redes. “Estaba inmerso en Federico, quería escapar de él, pero no podía”. El 10 de junio de 1936, poco más de dos meses antes de su muerte, Federico había manifestado su inminente viaje a México para reunirse con Margarita Xirgu que estaba obteniendo allí un gran éxito con “Bodas de Sangre”, pero desistió de la idea porque su enamorado Tres Erres no podía acompañarlo pues estaba en plena época de exámenes finales.

Los hombres amados por Federico fueron Salvador Dalí i Domènech, asexuado y genial; Emilio Aladrén Perojo, bisexual y aprovechado, y Rafael Rodríguez Rapún, heterosexual pero fascinado por Lorca. A Federico siempre lo abandonaron sus amantes por una mujer. Dalí se fue con Gala (y con Buñuel), Emilio Aladrén lo abandonó por Eleanor Dove, y Rafael Rodríguez Rapún se largó una noche con una gitana. A estos tres amoríos Gibson añade otras dos relaciones más; las mantenidas con el poeta homosexual Emilio Prados y con el músico, cineasta, militar republicano y diplomático Gustavo Durán. Según Buñuel: “Durán era el único homosexual de verdad”, y añade: “en el caso de Lorca todo se reducía a afeminamientos, cobardías, pequeñas ñoñeces y toqueteos”. Pero Lorca también produjo dolor en los corazones de algunos de sus amigos, como sucedió con el citado poeta y editor Emilio Prados, que se había hecho a la idea de que iban a vivir juntos. Emilio cuenta su enamoramiento y posterior decepción con Lorca. “La única gran alegría que he tenido ha sido el haber encontrado en Federico al amigo que tanto deseaba…”, “Yo he pensado tanto en ti, te quiero tanto, ¡mariposilla sin alas! Había pensado volar contigo sobre el mar. ¿Tienes valor? Nos iríamos ya sabes a dónde, a nuestra cuna de estambres rojos…” Distintas fuentes sugieren otras relaciones y narran jugosas anécdotas con Eduardo Blanco Amor o con Luis Cernuda, como aquella que cuenta que un día unos amigos lo sorprendieron desnudo en su residencia junto con el poeta Luis Cernuda, ambos reían, y Lorca se justificaba explicando que estaban practicando lucha greco-romana.

Aún conocemos el nombre de otro amor de Lorca, se trata del granadino Eduardo Rodríguez Valdivieso, 14 años más joven que Lorca. Era muy alto y apuesto y con una sensibilidad a flor de piel. Se conocieron en febrero de 1932 en un baile de disfraces de Carnaval en el Hotel Alhambra Palace de Granada. Estuvieron divirtiéndose y bebiendo mucho hasta la madrugada. Según las propias palabras de Rodríguez Valdivieso contadas en 1995: “Federico era un personaje impresionante, de esa clase de personas que entran en una habitación y todo el mundo se gira para mirarlas”. “Conocer y enamorar a Lorca y ser su amigo predilecto fue una de las experiencias fundamentales de mi vida”. Lorca intuyó  que Eduardo no era homosexual. No obstante idolatraba a Lorca aunque no podía corresponderle.

Juan Ramírez de Lucas, fue el último amor de Lorca, a quien dedicó el poeta la última carta que escribió, era “su rubio de Albacete”, fue quien le inspiró “Sonetos del amor oscuro”. Luis Rosales, en cuya casa pasó el poeta sus últimos días, entregó a Ramírez de Lucas, años después de la muerte de Lorca, una carpeta con todos los sonetos mecanografiados que había encontrado en la buhardilla de su familia porque “pensaban que esos documentos debían quedar en poder de Juan Ramírez de Lucas”. Destaca una carta, fechada el 18 de julio de 1936, donde Lorca incidía en que Juan Ramírez (que por entonces contaba 19 años) convenciera a sus padres para que le permitieran acompañar al poeta a México, donde pensaban escapar del convulso y peligroso ambiente previo a la guerra civil. El padre se negó y amenazó con denunciar a Lorca y recurrir a la guardia civil.

Uno de sus grandes amigos, el bohemio músico y homosexual granadino García Carrillo, lo llamaba «¡Federico, pillamoscas!», por su irresistible atracción hacia los jóvenes. Según José María García Carrillo, Lorca hacía lo que le daba la gana en Granada, se comportaba de manera escandalosa: “Si veía a alguien que le gustaba en la calle, especialmente si era joven, sencillamente le llamaba, le daba cincuenta pesetas y trataba de citarse con él”.

Lorca amó mucho pero también sufrió mucho por sus amores, tanto es así que persuadió a su amigo Rafael Martínez Nadal que nunca se enamorara. Exactamente le aconsejó: “No te intereses por nadie, Rafael, es mejor ser cruel con los demás que no tener que sufrir después calvario, pasión y muerte”.

Lorca era muy discreto en su aspecto hasta tal punto que su biógrafa francesa Marcelle Auclair nos informa que la mayor angustia que sufría Federico era el miedo a que sus padres supieran que era invertido. Sus padres y hermanos, que son los que mejor le conocían, debieron darse perfecta cuenta de que Federico, aunque lo disimulase, manifestaba ciertos movimientos amanerados y determinados  comportamientos afeminados. Desde niño era un “capillitas” al que le gustaba representar oficios religiosos, montar altarcitos, predicar sermones y decir misas, así como los teatrillos y los títeres y participaba poco en los juegos propios de otros niños de su edad. Sus amigos del instituto algo de amaneramiento debieron ver en Federico cuando diagnosticaron su homosexualidad llamándolo, cruelmente, “Federica” y, más tarde a partir de los 20 o 21 años, sus compañeros de la Residencia de Estudiantes lo rehuían porque se percataron de su “defecto” y preferían esquivarlo para que no les catalogaran como afeminados por frecuentar su compañía. A Federico nunca le gustó que se supiese su condición de homosexual y llegó a molestarse mucho que se desvelase que lo era.

Pepín Bello, su gran amigo: “Él era homosexual, pero no hacía alarde de ello. No le gustaban esos mariquitas que iban exagerando. Cuando está Federico no hace ni frío ni calor, hace Federico”. También dijo que «era una persona extremadamente pudorosa con su vida personal y, aunque no daba la impresión de ser homosexual, todos sabían que lo era».

Una tal Isabel, vecina de la casa de sus padres en Madrid en la calle Alcalá, nº 102: “Lorca tenía fama de cursi, de raro, con un aspecto un poco miserable. Este era un edificio de gente bien y él era un pobrecito maricuela”.

José Luis Salado, periodista del diario «La voz», con motivo del estreno de «Yerma», llegó a decir: «García Lorca con su pipa y una greña sobre la frente, va y viene por el pasillo central. En torno suyo hay unos muchachillos pálidos. Eso es lo único malo de Lorca: el séquito, que le da, quizá a pesar suyo, un aire de González Marín cuando entra en un café con sus ‘peregrinitos’ a cuestas”.

Manuel Ángeles Ortiz contó que «Lorca me confío un día, llorando, que Francisco Soriano Lapesa iba por Granada diciendo que él era homosexual. Lorca se sintió profundamente herido por esta traición.

En la revista satírica ultraderechista de Manuel Delgado Barreto se embiste contra Lorca con el título «Federico García Loca o cualquiera se equivoca», y el periodista aclara a continuación que lo de «Loca» no se debe a ningún error de imprenta. Y no sólo en Madrid, en su Granada natal la derecha granadina no podía negar el odio visceral hacia Lorca sino más bien todo lo contrario, pues sus prosélitos de derechas se jactaban a los cuatro vientos de detestarlo y en los periódicos no cejaban en su intento de desprestigiar tanto su persona como su obra; para ellos él era un maricón que no merecía más que desprecio y resentimiento por haber alcanzado la fama; y su obra era un engendro de escritos comunistas a favor de Rusia, cargados de inmoralidad recalcitrante, anticatólicos y una verdadera apología de la sodomía. Lorca temía que lo tomasen por marica pues eso le daba auténtico pavor.

En la denuncia redactada por Ramón Ruíz Alonso decía que Lorca era un escritor subversivo, que tenía una radio clandestina en su residencia veraniega de la Huerta de San Vicente escondida en el piano de cola con la cual estaba en contacto con los rusos, que era homosexual, que apoyó al Frente Popular, que era amigo, incluso secretario, de Fernando de los Ríos etcétera, etcétera.

La tercera vez que la cuadrilla de falangistas que allanaron la Huerta de San Vicente venían detrás de los hermanos del casero, y no sólo revolvieron la casa sino que golpearon a la familia del guarda Gabriel Perea y al propio Federico, a quien tiraron por una escalera gritándole: «¡Maricón!».

La noche del 16 de agosto de 1936, el día que lo detuvieron en casa de los Rosales y lo llevaron al Gobierno Civil, un fascista llamado Benet, de profesión barbero, que acudió a llevarle alimentos a Lorca a la cárcel, comentó  que al poeta «le torturaron, sobre todo en el culo; le llamaban maricón y ahí le golpearon. Apenas si podía andar».

Granada, mañana del 20 de agosto de 1936. Juan Luis Trescastro Medina, falangista fanfarrón y mujeriego, Bar Pasaje, más conocido por La Pajarera, con el propósito de que todos los parroquianos que se encontraban en el establecimiento lo escucharan, comentó en voz alta: «Yo he sido uno de los que hemos sacado a Lorca de la casa de los Rosales. Es que estábamos ya hartos de maricones en Granada. Yo le he pegado dos tiros en el culo por maricón. «Don Gabriel, esta mañana hemos matado a su amigo, el poeta maricón de la cabeza gorda». Con estas palabras, Juan Luis Trescastro comunicó al pintor Gabriel Morcillo la muerte de Federico García Lorca. Fue en un café granadino, el Royal, uno de tantos por los que el conjetural asesino del poeta fue narrando su hazaña.

Lo que no es tan público y notorio es que Lorca tuvo un misterioso novio norteamericano llamado Philip Harry Cummings. Nació en 1906, luego era unos ocho años más joven que nuestro poeta, y murió en 1991. Era un hombre muy polifacético pues fue profesor, poeta, políglota. Se dedicó a las nuevas culturas, al estudio de las lenguas modernas, a la traducción y con posterioridad fue analista económico y profesor de asuntos internacionales y por otra parte era melómano, gourmand y un gran viajero. Natural del estado americano de Vermont, al norte de los Estados Unidos, fue bisexual,  se casó y tuvo hijos. Al final de su vida reconoció que el acontecimiento más importante de su vida fue el haber sido el amigo íntimo de Lorca.

La relación entre ambos venía de cuando sus caminos se cruzaron, también, en la Residencia de Estudiantes de Madrid en el año 1928 donde se conocieron y el joven Philip, con unos 21 o 22 años, se alojaba allí en una habitación privada. Descubrieron que tenían mucho en común por lo que se hicieron íntimos amigos hasta tal punto que en dicha habitación intimaron y mantuvieron su primera relación sexual. Juntos compartieron su gusto por la poesía, se divirtieron en los locales favoritos de la noche madrileña, en las tabernas castizas y con el círculo de amigos de Lorca tanto de la capital como de Granada cuando Philip fue a visitarlo.

Ese mismo año de 1928 Federico tuvo dos desengaños amorosos. Uno fue Dalí y el otro Emilio Aladrén que lo abandonó por una inglesa. Ambas desilusiones hicieron mucha mella en el corazón de Lorca. Tanto es así que al año siguiente, 1929, Lorca, por consejo de su mentor Fernando de los Ríos, de su familia, que le dio el beneplácito, y aceptando la invitación de su boyfriend Cummings que lo iba a acompañar, se convenció de que debía poner tierra por medio y pasar una temporada en Estados Unidos y allí podría aprender inglés e impartir conferencias. Dicho y hecho, el 12 de junio de 1929, junto con Fernando de los Ríos, su sobrina Rita, y la “inesperada y de tapadillo” compañía del joven Philip Cummings, se desplazaron desde Madrid, vía Irún, a París. Lorca y Cummings compartieron el mismo coche-cama y en él, con el traqueteo del tren como música de fondo, tuvieron su segunda relación sexual. Lorca, de los Ríos y su sobrina Rita Mª Troyano de los Ríos se despidieron de Cummings y se desplazaron a Calais donde se embarcaron rumbo a Dover. Desde allí hacia Nueva York y el 25 del mismo mes atracaron en el puerto de la ciudad de los rascacielos. Lorca se tomó esta estancia en América como una terapia para olvidar a su novio Aladrén y para cicatrizar las heridas producidas por las puñaladas traperas que le habían dado Dalí y Buñuel al ridiculizarlo a él y a su homosexualidad en “Un perro andaluz”.

Al igual que Fernando de los Ríos, se dedicó a dar alguna conferencia, a escribir poesía y a estudiar inglés en la Universidad de Columbia aunque nunca dominó dicho idioma y pronto abandonó las clases por lo que el 16 de agosto de 1929 se dedicó a contactar con su amante Cummings. Cuando Lorca decidió viajar a Vermont en compañía de ese joven americano casi desconocido, nadie sabía el origen y profundidad de esa amistad y la naturaleza de la relación que unía a ambos jóvenes. Tanto su familia como sus amistades silenciaron las causas y circunstancias de dicha visita. El 19 de ese mismo mes se decidió y tomó un tren con dirección a Montpelier, capital del estado de Vermont, en la frontera canadiense, donde había quedado citado con Philip para pasar juntos unas vacaciones de pasión. Allí, a orillas del lago Eden, el americano había alquilado una romántica cabaña que fue su nido de amor. Llegó a Eden Mills, Vermont, el 21 de agosto. En una carta a sus padres, Federico les aclara que el sitio es un pueblecito que significa el “Paraíso de los Molinos en los Montes Verdes”. Durante esas vacaciones románticas se dedicaron a realizar largos paseos entre pinos y abetos gozando de la naturaleza salvaje de los alrededores, allí se amaron bajo el sol y bajo la luna, y leyeron poesías.

 

 

Todo parece evidenciar que fueron diez días de amor y rosas y que disfrutaron mucho el uno del otro a la luz de las fotografías que se hicieron en esos días en que aparecen muy enamorados. En particular hay una en que ambos aparecen muy juntos y en actitud muy cariñosa y demostrando el amor que existía entre ellos y la complicidad que manifiestan sus alegres miradas. Los dos aparecen de pie, de frente, sobre la hierba, tras ellos hay un murete de piedra y al fondo un frondoso bosque de abetos. Lorca, con pantalones bombachos y chaqueta, Philip en mangas de camisa remangadas. El poeta sostiene entre sus manos un cesto cuajado de flores que quizá recogieron entre los dos dedicándoselas el uno al otro mientras paseaban. El hombro derecho de Lorca encaja en la axila de Cummings, bastante más alto que él, mientras que el brazo del americano lo abraza por detrás y apoya su mano en el hombro izquierdo de un Lorca radiante de satisfacción con la alegría de un niño en la cara o, mejor aún, de una bella señorita enamorada. A la vista de esta imagen se puede comprender cuán delicado y femenino podía llegar a ser Lorca en determinadas circunstancias. En ese verano, nuestro poeta tenía 31 años y el americano 22 o 23. El resumen de esos diez días que pasaron juntos está plasmado en un diario que redactó el propio Cummings en colaboración con Lorca en el que se vislumbra, ante todo, un Lorca feliz y radiante de alegría aunque bajo sus líneas subyace otro Lorca más sombrío, en particular en el Poema Doble del Lago Eden en que se mezcla la muerte, sus ansias de libertad, su deseo de “amor humano” y el paraíso terrenal o Edén de los amantes Adán y Eva –alusión clara al Lago Eden-.

 

 

Sin embargo el otoño, que estaba próximo a llegar, y el clima de Vermont, hicieron que el frío y la frecuente lluvia provocaron de nuevo en el poeta un estado de ánimo melancólico. Así, el 29 de agosto volvió a Nueva York. Siguieron estando en contacto mediante correspondencia pero a partir de 1934 dejaron de escribirse y la relación entre Lorca y Cummings desapareció. No ha quedado constancia de que no fuesen más que unos jóvenes entre los que existió una simple amistad íntima propia de cómplices y confidentes.

Antes de emprender el regreso a Nueva York, Lorca le entregó un paquete bien cerrado con cartas y escritos privados y le pidió que lo guardase en lugar seguro. Tras muchos años, Cummings, en 1961, abrió el paquete y en su interior había 53 hojas. En el paquete había una nota por la que Lorca le pedía a Cummings que destruyese el contenido del paquete si al cabo de 10 años no tenía noticias suyas. Cummings cumplió ese deseo prendiendo fuego a estos manuscritos de Lorca.

Si Lorca y Cummings tuvieron una relación íntima y sexual es aún un tema abierto y a la espera de nuevas informaciones, aunque él mismo Cummings lo reconoció como comprobaremos después. Seguramente los dos enamorados se volvieron a encontrar en España pues Cummings vivió en nuestro país hasta 1931 en que el temor de un levantamiento popular contra el gobierno y la monarquía le forzó a abandonar España y volver a Estados Unidos. Sin embargo quiso volver, pero la noticia del asesinato de Lorca en 1936 le hicieron desistir y Cummings se dedicó de lleno a su familia, a su trabajo profesional y sus amores con Lorca pasaron desapercibidos. Pero en 1977 la escritora norteamericana Mildred Adams publicó un trabajo sobre Lorca: “García Lorca: Playwright and Poet”, donde se mezcla lo biográfico y lo literario del poeta y en el que se dan noticias de Cummings y la visita que Lorca le hizo y las vacaciones que pasaron en el lago Eden. Otra escritora, Patricia Billingsley está realizando otra biografía sobre Cummings en la que de forma tajante afirma que el norteamericano no fue solo un simple amigo de Lorca sino que fue su novio.

Ante estas noticias acerca del misterioso “amigo norteamericano de Lorca” que pululaban por los mentideros literarios, en febrero de 1986, el joven poeta y escritor español Dionisio Cañas, entonces un joven de 36 años, hoy catedrático de Literatura Hispanoamericana de la Universidad de la Ciudad de Nueva York, se decidió a ir a conocer a Cummings a su casa en el estado de Vermont y para ello, en compañía de dos amigos, aprovechó unas vacaciones para localizar al amigo de Lorca y entrevistarlo. Lo llamó por teléfono y al día siguiente pudo comprobar que el “novio americano de Lorca” existía y los iba a recibir en su casa.

Dionisio Cañas compartió con Cummings tres días en su casa de Woodstock. Cañas lo describe como un hombre robusto, de unos 75 años que hablaba un correcto español. Tenía el pelo blanco y ya no era aquel espigado y rubio joven de las fotografías con Lorca en el lago Eden de agosto de 1929. Era un viudo solitario que habitaba una casona del siglo XVIII, rodeado de animales y de bosques de abetos al que le gustaba la buena mesa y los licores, la lectura y la poesía, la música clásica y el estudio de otras lenguas.

Gracias a las conversaciones que mantuvieron y por la correspondencia que intercambiaron con posterioridad, Cañas nos informa que Cummings estaba dispuesto a contarle “todo” sobre sus relaciones íntimas con Lorca en la cabaña del lago Eden, de la fogosidad erótica de Lorca, de la angustia que le causaba recordar el final desgraciado de sus relaciones con el escultor Emilio Aladrén, razón por la cual cayó en una depresión y huyó a Nueva York para olvidar y cambiar de aires. Cummings le confirmó  que aún recordaba que la primera vez que hizo el amor con Lorca fue en la Residencia de Estudiantes, en 1928, en la habitación privada que tenía Cummings. La segunda vez fue durante la noche que pasaron juntos en el coche-cama que los llevó de Madrid a París antes de embarcarse para Nueva York, y la tercera vez que mantuvieron relaciones sexuales fue durante los 10 días que disfrutaron el uno del otro en la cabaña del Lago Eden en Agosto de 1929. También le contó a Cañas que Lorca hablaba muy mal de Dalí, que tenía un concepto pésimo de él, al que tachaba de narcisista y egoísta. Cañas, animado por estas confidencias que tan libremente le refería Cummings, comenzó a hacerle preguntas más indiscretas sobre su relación con Lorca. Ante ellas Cummings se abrió y le contó que a Lorca le gustaban los hombres mayores y con aspecto rudo, lo cual no está acorde con la edad juvenil y aspecto delicado de sus muchos novios, incluido Cummings, ni con la afirmación que hacía uno de sus amigos, el bohemio García Carrillo, que lo llamaba «¡Federico, pillamoscas!», por su irresistible atracción hacia los jóvenes. Cummings le aclaró a Dionisio Cañas, que Lorca le confesó que era muy grande la ansiedad que padecía el poeta granadino por llevar una doble vida para que su homosexualidad no trascendiera y se hiciera vox populi y así no estar sometido a las mofas con que lo pudieran humillar.

Con posterioridad Cañas decidió visitar a Cummings de forma privada y esa noche, éste le habló de la verdadera naturaleza de las relaciones entre Lorca y él. Cummings le declaró que no eran simples amigos, sino que fueron novios. Cummings le aclaró que nunca comentó ni mencionó estas relaciones a los eruditos interesados en Lorca que le entrevistaron acerca de su amistad con el poeta granadino, porque por entonces él era un hombre casado y con hijos y porque estos biógrafos eran heterosexuales y no manifestaron ningún interés en profundizar en la sexualidad de Lorca. Pero ahora, ya que su mujer había muerto y sus hijos habían crecido y lo comprenderían, él, que ya era un anciano, estaba dispuesto a librarse de ese lastre con el que había vivido durante tantos años y estaba dispuesto a hablar de “todo” con Dionisio Cañas y revelarle los íntimos detalles de su relación con Federico. Aquella noche Cummings le comentó a Cañas que Lorca tenía miedo a su hermano Francisco por su catolicismo, y que él, Francisco, estaba seguro que Federico tenía un don innato para destacar en sociedad, significando con ello que lo conseguía sin alardear en público de su condición homosexual. También le comentó que Lorca era muy “infantil y erótico” pero que “tenía una polla muy grande”, “y muy buena”, y que “era un español ardiente”.